viernes, 29 de enero de 2010

Publicar libros

Muchos escritores guardan a diario sus escritos en un cajón. Previamente los han paseado por editoriales y concursos. Como lo escrito precisa reposo y los escritores también, tornan a dejarlos reposar en el cajón. Los corrigen al cabo de unos meses e intentan lanzarlos de nuevo.

He leído obras de calidad que no salen a la luz, y otras publicadas que poseen escasos méritos. Así que me pregunto: ¿Quién maneja el hilo de estos desajustes? Pienso en la editoriales, en los jurados de los premios literarios, en los deseos del público y en no sé qué más cosas. Y llego a la conclusión de que, en este momento, muchos de nuestros clásicos no hubiesen sido editados.

Esto último suelo comentarlo con los amigos. Y parece que fortalece un poco el ánimo, porque así se considera que nos maneja un rebaño de ineptos. Claro, claro, ya lo sé: ha sucedido siempre o casi siempre. Pero despreciar la calidad literaria como ahora, no. Considero que una editorial es un negocio, y me parece que es una postura endeble: una editorial es un negocio en el que deben ser publicados libros que merezcan la pena, aunque sus autores sean desconocidos o aún cuando los beneficios que produzca dicha obra resulten más escasos que con otros que leen los mal llamados malos lectores. Y digo mal llamados porque ser buen o mal lector no depende de uno mismo; depende de la formación que se ha recibido. Pero esto dejémoslo para dentro de un momento. Considero también que los jurados se esmeran poco en leer con detenimiento las obras que a ellos llegan, o sólo tienen -que éste es un terrible drama- la capacidad de leer las obras que encajan con sus gustos. Así que, cuando quiero culpar al lector me parece que no debo hacerlo; cometería el delito de estar tratando injustamente al inocente. Y aquí vuelvo a lo de antes. El lector ha sido preparado para leer mediocridades, es decir, la casi siempre bazofia que ponen delante de sus ojos. Del mismo modo que el perro hambriento y las gallinas comen porquería cuando tienen hambre, así el lector se alimenta. Y digo esto a sabiendas de que el hambre de lectura es escasa porque otros medios distraen la mente de quien debería leer para sacar jugo y contenido a las propuestas de la ficción literaria. Me da por acusar al gobierno, al ministerio encargado de la cultura del pueblo, que es incapaz de llevar a los planes de estudio una digna enseñanza de la lengua y de la literatura en sus desbarajustados planes de estudios escolares y de enseñanza media. Para el gobierno no es importante la literatura. Parece que tampoco le importa que los hijos o esclavos que le voten hagan uso de cuatro guturalismos y que carezcan de un vocabulario inferior a dos mil palabras; que en Facebook los diálogos sufran la afrenta y pobreza de los jijiji, jujuju, ihihih y otras lindezas que acaban de ser las que definen el contenido de muchísimos mensajes. Estamos manejados. Somos instrumentos de cara a la inepcia que el poder espeta en nuestras mentes.

"Somos lo que somos porque tú eres lo que eres", que dice el triste anuncio, y que el otro día trajo a cuento con buen acierto Benet M. Marcos Casanovas.

Esto que he escrito de sopetón, para apagar un poco los dolores que me afligen al vernos tan dóciles y poco rebeldes, no debería ser sino el principio de una lucha por la calidad de la palabra, de la idea y del pensamiento.

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