jueves, 22 de abril de 2010

El viejo y la tierra

Cuando escribí este libro, dejé que el narrador, es decir, el viejo, destapase su alma y dejase la impronta de sus recuerdo, alegrías y penas y, a la postre, traiciones, que son el quehacer humano de una larga vida. Y también la soledad y la incomprensión. Es un monólogo con su mujer, ligero y hondo, con la expresión y el lenguaje que le confiere su experiencia.

Si por una parte quise traer a luz el problema de la soledad y el desamparo así como las añoranzas, no es menos cierto que, a través del viejo pegado a su tierra, aparece la necesidad de no olvidar sus palabras vivas, fuertes unas, tiernas las demás. Y sobre todo su pensamiento, la gavilla que a lo largo de los años toda persona lleva consigo.

Para mí era importante que nada de lo que aquí se relata fuese falso, y a través del protagonista hallé la coherencia y continuidad precisas para que la historia se desarrollase.

Me alegra haber recibido tantos elogios en esta segunda edición del libro, que acaba de salir a la luz. Elogios que han llegado por distintos caminos: de palabra y por escrito. Pero quede bien claro que no soy yo quien debe recibirlos sino la hechura de un hombre y su lenguaje ajustado que me demuestra sin ambages de qué modo la vejez, el último peldaño que hay que subir, tiene a veces más contenido que las menguadas victorias de juventud o madurez de las que a veces uno, sin reparo, se vanagloria. La vejez es tan señera, soñadora y eficaz como la de este hombre con su mirada prendida en un aparente lugar no demasiado lejano.

Como en todo escritor, poco es mío. Escribir exige aprendizaje. Aprendí de las gentes sus empeños y añoranzas así como la profundidad de sus raíces. Y también el lenguaje. Cuando me dicen que nuestros abuelos hablaban mal, yo me rebelo. Es mentira. Hablaban muy bien. Conocían el nombre de los objetos y manejaban con frases vivas los sentimientos. Es probable que hayamos oído de ellos vulgarismos tales como dijo por dijeron , vinon por vinieron, anantes o endenantes por antes. Si esto sucede es por la precaria preparación escolar que recibieron. Pero eran ricos de expresión, agudos e irónicos. Tal si esto lo hubiesen heredado. Una alhaja dicha herencia que se ha perdido con las escasas dos mil palabras que a veces utilizamos para comunicarnos.

Hay mucho de nuevo en lo que los viejos nos dicen. Hay en ellos una filosofía sin lenguaje filosófico de la que yo, al oírlos hablar, me maravillo. Viejos como Remigio, de mi novela, no son una casualidad: son personas que lucharon por su identidad. ¿Qué más se les puede pedir? ¿Que se dejen arrancar las raíces por cuatro desaprensivos o simples y abandonen los anhelos de su existencia como si fueran peleles?

Recibiré con mucho agrado sus correos. Escribo para ser leído, y los puntos de vista de cada lector conforman mucho los modos de un libro, que no es más que el principio de una comunicación. Y las críticas son necesarias. Pues en cualquier labor hay luces y sombras.

Gracias a todos.

http://www.editorial-ledoria.com/index.php?id=106
email: franciscomarcosh@gmail.com

2 comentarios:

  1. Mi vejez me esta resultando sorprendente divertida y agradable, jamás pensé que fuera así, el volver a levantarte libre de responsabilidades y con tiempo para tus cosas, es algo que había olvidado desde la juventud, ha sido un hallazgo que no esperaba.

    Claro está, que los años me han quitado muchas cosas, pero a cambio también me han dado una jubilación con una salud que si no es perfecta, es aceptable, y algo que nunca había tenido junto, tiempo y dinero.

    Sorprendentemente estoy disfrutando de esta fase de la vida,algo que nunca pensé que pudiera ocurrir. Por otra parte como nadie sabe lo que me espera mañana, vivo el presente con más intensidad de lo que lo he vivido nunca. Ya digo para mi toda una sorpresa.

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  2. No sé, Félix, si recibiste lo que ayer tenía escrito. Sucedió algo extraño a la hora de enviártelo y no lo encuentro por aquí. Por si acaso, te respondo con algo parecido.
    Escribía, en principio, acerca de la intensidad de vida en la vejez, siguiendo el hilo de lo tuyo, y te decía que un amigo mío se extrañaba de la prisa que los jóvenes tienen por publicar sin meditar demasiado en el contenido y la forma de lo que han escrito, cuando parecía lógico que en la vejez se sintiesen estos deseos con más vehemencia.
    Después, solíamos hablar de la muerte y yo le aseguraba, porque así lo siento, que ya no le tengo miedo, como antes, aunque me quedaba el pesar de no poder realizar todo lo que me faltaba por hacer. Comentábamos también una carta que años antes de su muerte me envió Lázaro Carreter, en la que se quejaba del poco tiempo que de la vida le aguardaba, dada su edad, para leer lo que no había leído y releer lo que tanto le había llenado.
    Pero llegamos a la conclusión de que lo importante era despertar cada mañana con un entusiasmo: una idea para desarrollar y, como en mi caso, un trabajo al que, aunque puedo, no debo faltar.
    Las razones poderosas que mantienen mi ánimo, además de la familia y los amigos, son las dos fuerzas que me animan: mi profesión, la que me ha dado de comer, y la escritura -mi otra profesión, porque nunca la he considerado entretenimiento sino algo a lo que le debo rendir mucho esfuerzo y esmero-.
    Pido mente lúcida para desarrollar mis funciones laborales, para escribir, leer lo clásico y lo nuevo y los avances de la ciencia.
    Y deseo ser el primero en partir, ahora que mis padres no viven y sí mi mujer y mis hijos y nietos. Si esto fuese al revés, entonces, Félix, pasaría a ser una persona infeliz.
    Pero en tanto, sueño con tener cada noche proyectos preparados para el día siguiente y, luzca el sol o no, que el amanecer me despierte.

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